En Inglaterra un reo estaba siendo juzgado por asesinato. Había evidencias indiscutibles sobre la culpa del reo, pero el cadáver no aparecía. Casi al final de su alegato, el abogado, temeroso de que su cliente fuese condenado, recurrió a un truco:
-“Señoras y señores del jurado, señor Juez, tengo una sorpresa para todos", dijo el abogado, mirando hacia su reloj.
Dentro de dos minutos, la persona que aquí se presume asesinada, entrará en la sala de este Tribunal. Y miró hacia la puerta.
Los jueces, sorprendidos, también ansiosos, se quedaron mirando a la puerta. Transcurrieron dos largos minutos y nada sucedió.
El abogado, entonces, finalizó diciendo: “Realmente, dije eso y todos ustedes miraron hacia la puerta con la expectativa de ver a la supuesta víctima. Por lo tanto, quedó claro que todos tienen dudas de que alguien realmente haya sido asesinado. Por eso insisto para que ustedes consideren a mi cliente inocente". (In dubio pro reo).
Los jurados, visiblemente sorprendidos, se retiraron para la decisión final.
Algunos minutos después, el jurado volvió y pronunció su veredicto: “¡Culpable!”
-“¿Pero cómo?” -preguntó el abogado- "Yo les vi a todos ustedes mirar fijamente hacia la puerta ¡Es una clara evidencia de sus dudas! ¿Cómo es que condenan habiendo dudas?”
Y el juez aclaró: –“Sí, todos nosotros miramos hacia la puerta, menos su cliente”.
Moraleja: “De nada sirve tener un buen abogado si el cliente es un inútil”.
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